jueves, 2 de abril de 2015

EL CAMINO AL GÓLGOTA

EL CAMINO AL GÓLGOTA
Simón de Cirene venía del campo, llegaba antes de lo habitual porque se preparaba la fiesta en Jerusalén por la Pascua de los Judíos, y él pertenecía a la sinagoga de los cireneos. Al llegar a la ciudad se encontró una multitud y soldados romanos llevaban a tres hombres para ser crucificados. La mente de Simón se turbaría, como la de cualquiera de nosotros por aquello, aunque fuera habitual, y más por la cercanía de la Pascua, por la tarde, dejaría por un momento sus pensamientos al pasar cerca, tan cerca que se preguntaría: ¿por qué ese hombre va sangrando tanto y con una corona de espinas, nunca había visto eso antes, por qué le habrán hecho eso a este hombre, y a los otros dos no?, ¿quien será?, no se le reconoce. ¿Mujer, quién es ese hombre? es Jesús el Mesías. Jesús se cae con la cruz delante de Simón; no puede más porque ya está muy debilitado por el maltrato, la tortura y el escarnecimiento. ¡Pobre hombre! De pronto una mano golpea el hombro de Simón; ¡Eh tú!, ayúdale a llevar la cruz hasta el Gólgota, vamos, rápido. Dios mío qué he hecho yo, por qué a mi, yo no le conozco, no es mi amigo, solo he oído hablar de Él. Cogiendo Simón la cruz, llena de la Sangre de Cristo, la cual se impregnaría en su piel, en su pelo, en su ropa, en sus manos, se incorporó Jesús y poniéndose a su lado, como en un yugo, le miró. La mirada amiga y de amor profundo de los ojos de Jesús se clavaría en el corazón de Simón, una mirada que jamás olvidaría, una mirada que borraría todo juicio, que le haría su mejor amigo, una mirada que emanaría fe. ...Mientras íbamos juntos, le escupían, le apedreaban, le injuriaban, mientras Él se sacrificaba por ellos, y por mi, no entiendo nada, pero aquí estoy yo, bajo esta pesada cruz, donde este hombre, dicen que el Hijo de Dios, ahora es mi amigo, mi mejor amigo, iba a morir. No sabemos lo que se dirían durante la ascensión, pero seguro que Jesús agradecería al Padre por aliviarle la carga y enviarle a Simón, el escogido para ello. La oración de Jesús por Simón, su compañero de carga tronaría en el cielo. ...Abba, Padre, dale fuerzas a Simón, para que yo pueda cumplir tu obra, y dale fe para que crea en la obra de tu Hijo, guárdale para mi reino.
¿Qué le diríamos nosotros a Jesús si hubiéramos estado en la piel de Simón? Ahora sabemos la historia de Jesús y cómo ha cambiado nuestras vidas, pero entonces, sin saber sobre Él no podemos conocer nuestra reacción. Lo cierto es que la experiencia de ir con Él hubiera sido transformadora para nosotros, sus ojos, sus palabras, la gente alrededor, unos clamando y otros despreciándole; su presencia. Hoy sí podemos decirle muchas cosas al Señor: gracias por salvarme, por amarme aun en mis pecados, por mirarme y llamarme, por hacer tu obra en mí cada día, por enseñarme cómo eres tú, como cambiar y crecer en el Espíritu para estar ahí para tí y para mis amigos en Cristo. Gracias por tantas cosas, por llevar esa cruz en mi lugar y por morir en mi lugar, por la resurrección y por la fuerza para vivir hasta que vengas, por cambiar mi corazón. Auméntanos la fe y guárdanos bajo tu sombra hasta aquel día.
Simón llegó hasta el final del trayecto, y dejó la cruz en el suelo, le apartaron y crucificaron a Jesús, y a los otros dos hombres. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario