EL CAMINO AL
GÓLGOTA
Simón de Cirene venía del
campo, llegaba antes de lo habitual porque se preparaba la fiesta en Jerusalén
por la Pascua de los Judíos, y él pertenecía a la sinagoga de los cireneos. Al
llegar a la ciudad se encontró una multitud y soldados romanos llevaban a tres
hombres para ser crucificados. La mente de Simón se turbaría, como la de
cualquiera de nosotros por aquello, aunque fuera habitual, y más por la cercanía
de la Pascua, por la tarde, dejaría por un momento sus pensamientos al pasar
cerca, tan cerca que se preguntaría: ¿por qué ese hombre va sangrando tanto y
con una corona de espinas, nunca había visto eso antes, por qué le habrán hecho
eso a este hombre, y a los otros dos no?, ¿quien será?, no se le reconoce.
¿Mujer, quién es ese hombre? es Jesús el Mesías. Jesús se cae con la cruz
delante de Simón; no puede más porque ya está muy debilitado por el maltrato,
la tortura y el escarnecimiento. ¡Pobre hombre! De pronto una mano golpea el
hombro de Simón; ¡Eh tú!, ayúdale a llevar la cruz hasta el Gólgota, vamos,
rápido. Dios mío qué he hecho yo, por qué a mi, yo no le conozco, no es mi
amigo, solo he oído hablar de Él. Cogiendo Simón la cruz, llena de la Sangre de
Cristo, la cual se impregnaría en su piel, en su pelo, en su ropa, en sus
manos, se incorporó Jesús y poniéndose a su lado, como en un yugo, le miró. La
mirada amiga y de amor profundo de los ojos de Jesús se clavaría en el corazón
de Simón, una mirada que jamás olvidaría, una mirada que borraría todo juicio,
que le haría su mejor amigo, una mirada que emanaría fe. ...Mientras íbamos
juntos, le escupían, le apedreaban, le injuriaban, mientras Él se sacrificaba
por ellos, y por mi, no entiendo nada, pero aquí estoy yo, bajo esta pesada
cruz, donde este hombre, dicen que el Hijo de Dios, ahora es mi amigo, mi mejor
amigo, iba a morir. No sabemos lo que se dirían durante la ascensión, pero
seguro que Jesús agradecería al Padre por aliviarle la carga y enviarle a
Simón, el escogido para ello. La oración de Jesús por Simón, su compañero de
carga tronaría en el cielo. ...Abba, Padre, dale fuerzas a Simón, para que yo
pueda cumplir tu obra, y dale fe para que crea en la obra de tu Hijo, guárdale
para mi reino.
¿Qué le diríamos nosotros a
Jesús si hubiéramos estado en la piel de Simón? Ahora sabemos la historia de
Jesús y cómo ha cambiado nuestras vidas, pero entonces, sin saber sobre Él no
podemos conocer nuestra reacción. Lo cierto es que la experiencia de ir con Él
hubiera sido transformadora para nosotros, sus ojos, sus palabras, la gente
alrededor, unos clamando y otros despreciándole; su presencia. Hoy sí podemos
decirle muchas cosas al Señor: gracias por salvarme, por amarme aun en mis
pecados, por mirarme y llamarme, por hacer tu obra en mí cada día, por
enseñarme cómo eres tú, como cambiar y crecer en el Espíritu para estar ahí
para tí y para mis amigos en Cristo. Gracias por tantas cosas, por llevar esa
cruz en mi lugar y por morir en mi lugar, por la resurrección y por la fuerza
para vivir hasta que vengas, por cambiar mi corazón. Auméntanos la fe y
guárdanos bajo tu sombra hasta aquel día.
Simón llegó hasta el final del trayecto, y dejó
la cruz en el suelo, le apartaron y crucificaron a Jesús, y a los otros dos
hombres.
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